crepuscular

Y ahora me he quedado solo, sobreviviendo en esta cárcel de minutos, ahogado por la incertidumbre, cabalmente ahogado por la incertidumbre. Tal vez no se haya ido y esté aquí, a mi lado, escuchando impávida mis pensamientos, con su piel cubierta de ceniza.
Mis pies sienten frío, mis piernas sienten frío, mi cuerpo siente frío. Sin embargo, gravita el dulce instante de estirar la sábana y dejarme encarcelar, por sobre todas las cosas. Pero es en vano refugiarse en esa mentira. Es en vano también juzgar la mentira, cuando no ha amanecido la realidad y aún no sé si son sus lágrimas las que palpo en la cama, aún no determino si es que su piel ha olvidado el perfume.
En la ceguera de los sueños y la vigilia, entre una confusión de comas y puntos, no logro convencerme de que es ella la que hace crujir con desgaire las hojas de la calle, y que son sus lágrimas las que pasan inadvertidas en la madrugada. No se puede saber la verdad en la noche, en las sombras, y fuera del tiempo. Es imposible asir el misterio en medio del misterio. Estoy condenado a dejarme llevar por los dictados oníricos; cautivo de mi nombre, mi nombre susurrado por el olor del río.
Todas las calles conducen al mismo lugar, a un destino indeclinable. Y ella se ha reflejado en mi rostro, y ha seguido caminando. Se va reflejando en cada instante y recuerda. Suelta una lágrima que siento sobre mi pecho, una lágrima que tal vez no refleja tristeza, no arrastra tan amargos sentimientos desde sus entrañas; es una gota de rocío, y sólo cae como una respuesta a lo arcano.
No puedo saber si ha olvidado las discusiones, los malos tratos, y las promesas. No puedo saberlo; por ahora me conformo con mirarla caminando en el borde del río, con su camisón color rosa pálido y sus movimientos tercos por el clima invernal.
Siento miedo, miedo de saber que los planes nunca concuerdan con la realidad, que fallan por sentimientos, por centésimas, por miradas, pero cambian. Pero esto es más que una premeditación, es un grito interno que ninguna piedra, ningún mundo puede callar. Todo este momento es más que esos cabellos arrastrados por el viento, es más que ese cuerpo frágil, es más que ese espejo recibiendo lágrimas de un rostro quieto y errante.
Y yo allí, anhelando locamente que ese final llegue, intentando rechazar la realidad, pero anhelándola al fin. Esperando a que el destino diga lo que ya sabía hace tiempo, agazapado ante el dulzor de verla caer, con los ojos cerrados.
Todo acaba allí, no es importante su cuerpo encallado sobre las rocas ni su sangre sorbida por la arena, sino que se haya lanzado, así, como siguiendo su propio camino, como si ella misma hubiese decidido caer.

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