el aguacil

Marcos tiene entre sus dedos un aguacil que lo mira confundido. Se podría decir que son ahora dos aguaciles que se miran, son dos cosas que estúpidamente se miran, como si tuvieran la necesidad de decir algo con los ojos. El pequeño lo toma por las alas y lo intenta hacer andar, como si fuera un juguete. En efecto, no funciona. Apenas logra asir el dedo gigante (el dedo que hoy es gigante y mañana será un dedo liliputense), apenas puede sostenerse, y después cae. Marcos nunca había visto un aguacil con el cuerpo celeste, un celeste artificial que se pierde en el amarillo de la cola, y las dos bochas de pistacho con puntitos también celestes, le bastaban a Marcos para figurarse una suerte de marciano, con la misma cabeza y el cuerpo y las extremidades finísimas, un espécimen escuálido, skinny, que se retuerce entre las hojas de un libro. Resulta gracioso verlo sostenerse en una letra, aferrándose ahora a un “para”, un “dos”, un “triste”, una “muerte”.
Pero ese aguacil no muere para nadie más que para él, se transforma, ahora ya no es aguacil, sino aguacil muerto, y después será aguacil petrificado, y después quién sabe qué, pero nadie recordará su muerte (o su transformación), ni siquiera el propio Marcos. Pero él sí morirá, no estará exento de, pero superará el estadio de reciclaje que tiene la naturaleza con los objetos y los que se transforman en ellos, muchos lo recordarán cuando se muera, recordarán que hizo eso que llaman morir, y habrá muerto y punto.
Marcos piensa ahora en las cosas que pasan a su alrededor sin darse cuenta (la muerte del aguacil pone de manifiesto la existencia de otras muertes), le pican las humanas ganas de saborear un aleph, de asistir a todos los velorios al unísono, velorios de avispas, de mariposas, de asistir a todas las simetrías, todos los silencios.
Entonces descubre que el mundo sigue, que el reloj es el elemento que hace que el hacer y no hacer, ser y no ser, sean la misma cosa. Porque el tiempo sigue juntando piedritas, sigue galopando con su trote perturbador, con su trote de moscas que revolotean, se asientan y lo miran a uno con una quietud de venganza que le hace dar miedo, y es desde allí que uno le teme al tiempo.

3 comentarios:

  1. La muerte, un tema tabú para la mayoría. Tal vez sea el desafío para los próximos años de la humanidad..hablar de la muerte como se habla hoy del sexo..
    Uno no le teme al paso del tiempo, cunado las cosas van bien. El tiempo se torna un enemigo cuando la muerte está cerca...

    Muy bueno tu texto, entre cotidiano simple,"niño", y la vez profundo.

    MARTIN

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